17 de abril de 2012

La Peste (a día de hoy)

Leo La Peste, de Albert Camus.
Y le pregunto a una persona cuya opinión valoro mucho cual puede ser La Peste hoy en día.

El individualismo feroz, responde sin pensárselo mucho. El continuo miramiento de ombligo (o como se diga), la actuación solo y en favor de uno mismo, la poderosa desaparición de los demás (los inmediatamente cercanos y los más lejanos), la sumisión a la dictadura de lo único, lo maravilloso, lo mío, lo poderoso (de poder) y unas cuantas cosas más.

Me deja en silencio, asiento a través del teléfono. El individualismo feroz.

Y el no querer ver el lado oscuro de la vida, añade luego. Y ahí ya no sé si estoy tan de acuerdo.

En el libro de Camus, la epidemia se extiende sin remedio por la ciudad entera. Las personas enferman una tras otra y en medio de grandes sufrimientos y dolores, con ganglios explotando de pus, se consumen y mueren. Es la peor de las enfermedades, la maldición.

Y apenas va quedando gente viva para intentar curar, acompañar y enterrar a los muertos. Muchos se parapetan en sus casas, otros intentan escapar. Pero algunos se quedan, presos de una ciudad sitiada. Y lo hacen desde la dignidad de ser personas.

La Peste también es el miedo. El miedo a lo que vendrá pero aún no ha llegado, como en El desierto de los tártaros. El miedo a la llegada de la barbarie, al galope, dispuesta a matar y violar, a saquear, a abrir el estómago con un cuchillo y a comer sobre lo arrasado. Eso es la barbarie y el miedo a la barbarie es la peste. Y aunque la barbarie puede ser hoy infinitamente más refinada, el miedo a ella sigue siendo la peste.

Camus dice que el mecanismo de esta maldición es recomenzar. La peste es infinita y continua, pertenece a todos los tiempos. Y precisamente por eso habría que atreverse a combatirla con el valor de mirar de frente el horror cotidiano y callado.

Es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad, dice uno de los protagonistas en el libro de Camus.

Y prosigue:

El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad.

La ignorancia también es la peste. El no saber y el no querer saber que vivimos a tientas y en la noche pero con ganas de luz, con muchas ganas de claridad. Y que por eso, tal vez, fabricamos cosas y queremos a gente y viajamos y todo lo que pueda ayudar (y por eso me parece tan deshonesto el oscurantismo calculado).

No hay inocencia posible en un estado así. No hay disculpa. No hay excusa para la ignorancia, para no escuchar, para no cuidar los alrededores y los límites, el centro. Tampoco se trata de protagonizar actos oraculares, pedagógicos. La peste nos iguala, no hay nada que enseñar.

A lo sumo habría que encontrar un lugar, digno, desde donde escuchar y querer el mundo. Y estudiar día y noche para averiguar que significa digno.