Algo acaricia la cuerda, Ray
he esperado por ti (¿sabes?) con una paciencia persistente
Soñé todo el día con un pez.
Era raro, grande, elegante, nadaba cerca del fondo: al batir los extremos de sus alas de pájaro avanzaba. Blanco y negro sobre el fondo negro de las profundidades, sin prestar atención a nada que no fuese su propio movimiento. Lo vi durante todo el día
un rayo blanquísimo con motas negras. Y una leve agitación imposible de olvidar. Una musculatura bajo los cartílagos que seguro que tienen los peces de las profundidades. Firmeza y ternura para no rozar el suelo (si es que existe) del océano
Y atravesando la dulzura de ese movimiento, una sacudida como aquella de los flamencos en mitad de la noche, aquel escalofrío, aquel brote que parecía una quemadura o un pinchazo de frío intenso.
Ray, cruzas las corrientes como los pájaros emigran entre continentes.
Pero hoy, porque llevaba mucho tiempo esperando, te sentí pasar. Y aunque había ruido de calle, aunque sonaba una música maravillosa (Pedro Soler tocaba la guitarra y Gaspar Claus el violonchelo), aunque se hablaba otro idioma alrededor, a pesar del asfalto
la picadura, Ray
El fondo del océano.
Solo callar. Sé que pasaste bajo mis pies. Lo sé. Me gusta imaginarte viajando, sin parar a dormir ni a comer, los ojos fijos. Observar tu tensión, la voz en tu piel y la imposibilidad de poder acercarme. Existes y te siento y no me puedo ir contigo.