5 de mayo de 2012

Ensayos silenciosos

Algo acaricia la cuerda, Ray
he esperado por ti (¿sabes?) con una paciencia persistente

Soñé todo el día con un pez.
Era raro, grande, elegante, nadaba cerca del fondo: al batir los extremos de sus alas de pájaro avanzaba. Blanco y negro sobre el fondo negro de las profundidades, sin prestar atención a nada que no fuese su propio movimiento. Lo vi durante todo el día

un rayo blanquísimo con motas negras. Y una leve agitación imposible de olvidar. Una musculatura bajo los cartílagos que seguro que tienen los peces de las profundidades. Firmeza y ternura para no rozar el suelo (si es que existe) del océano

Y atravesando la dulzura de ese movimiento, una sacudida como aquella de los flamencos en mitad de la noche, aquel escalofrío, aquel brote que parecía una quemadura o un pinchazo de frío intenso.

Ray, cruzas las corrientes como los pájaros emigran entre continentes.
Pero hoy, porque llevaba mucho tiempo esperando, te sentí pasar. Y aunque había ruido de calle, aunque sonaba una música maravillosa (Pedro Soler tocaba la guitarra y Gaspar Claus el violonchelo), aunque se hablaba otro idioma alrededor, a pesar del asfalto

la picadura, Ray

El fondo del océano.
Solo callar. Sé que pasaste bajo mis pies. Lo sé. Me gusta imaginarte viajando, sin parar a dormir ni a comer, los ojos fijos. Observar tu tensión, la voz en tu piel y la imposibilidad de poder acercarme. Existes y te siento y no me puedo ir contigo.