13 de mayo de 2012

Una música puede apagar el motor de un avión

Una música antes de subir a un avión.

Después, sobre el océano, los motores rugen de manera regular y monótona, todo va bien. Es un sonido frío y sordo que invade el oído. El motor hace su trabajo, viaja por la noche, incluso permite que se iluminen las diminutas luces rojas que pretenden señalar una posición.

Todo es de calidad: es fácil imaginarse una turbina hecha de las mejores aleaciones para sostenernos sobre el abismo del océano, a miles de pies del suelo y a muchos más de las profundidades. Sobre un abismo insondable nos lleva a todos.

Este avión se parece a muchos otros y aspira a comportarse como los que son igual que él. Las personas hemos hecho todo lo posible para que eso ocurra, alguien ha trabajado durante años para asegurarse que allí solo hable una máquina casi perfecta. Un ensamblaje de metal y fluidos. Fiable y predecible.

Y en esa nave de acero, una música.
Que también hace su trabajo. ¿Cuál?

Permitir que exista algo todavía más poderoso que la voz de las personas: la voz de la tierra, como la llama Eustaquio Barjau, un hombre sabio que además es el traductor de Peter Handke.

En este caso, la voz de la tierra permite oir la voz de la memoria. Y la memoria no tiene nada que ver (aunque suspiremos con eso) con un disco duro, ni con un motor de avión. Ni es fiable, ni es predecible, ni clasifica cronológicamente o por tamaño. La memoria almacena conexiones, no datos. Y no son conexiones con ese algo, sino con la relación que mantuvimos con ese algo. Lo entiende todo como un diálogo a dos (como mínimo) que define a cada momento a quienes participan en él. Hasta transformarlos.

Una música regalada para un viaje, escuchada mientras los motores no nos abandonan al abismo.

Y ahora, la misma música, el Winterreise de Schubert, ha establecido sus conexiones con la voz de la tierra, con la memoria. Cuando suena, el viaje vuelve a comenzar. Y su voz es tan fuerte que acalla el motor del avión, ¡es más poderosa que una turbina a reacción!. Esa pequeña canción, cantada por Dietrich Fischer-Dieskau tiene el poder de silenciar la voz del hombre, de hacer callar a un avión sobre un océano, de apagar su motor. 

Por eso, una pequeña canción es responsable de que ahora nos precipitemos hacia las profundidades.

Tal vez todo suceda muy rápido y no quepa decir ni buena suerte. 

En griego hubo antiguamente una palabra para "yo soy" que no era más que una O larga, y se podía encontrar, por ejemplo, en la frase: "mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo"
(lo escribió Peter Handke y lo tradujo Eustaquio Barjau)

Me gustó leerlo.