16 de febrero de 2012

Él no lo sabe

Entonces, se sentó a la mesa y cerró los ojos.
(Como el violinista, pensé).
Hablaba en voz baja, apenas podía oir qué decía. Parecía una salmodia, o un mantra, o una carta dictada. Pero no había nadie más. Solo yo veía la escena y no sabía que hacer.

Miraba hacia la ventana. Era de noche, apenas podría ver algo, pero seguía mirando. En algún lugar. Un lugar hacia el que dirigir la atención, aunque fuese hacia la noche. Bajé la cabeza, no estaba cómodo observando aquella escena. Quería irme. Pero no quería dejarlo así.

Es tan misterioso el país de las lágrimas, dice El Principito. Me senté en el suelo, a esperar. Rogando para que aquello pasase rápido y pudiese entrar y saludar y pedir que saliésemos a caminar. Pero nada en mi se movía mientras escuchaba aquel monólogo, duro porque parecía no tener final.

Si pudiese intervenir tampoco sabría qué decirle. Tal vez que tras dar varias vueltas a los mundos posibles, la sabiduría sigue teniéndola El Principito. Por el asombro, por la preparación, por la disposición: dime cuando vienes, si por ejemplo vienes a las cuatro prepararé mi corazón desde las tres (más o menos). Él y Wittgenstein: De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.

Y Conrad, El corazón de las tinieblas. Allí sentado, escuchándole, viendo como se sumía en aquella voz incomprensible pensé que también cada día es un viaje por el río Congo. Mañana será el corazón de las tinieblas: río arriba, en un barco prestado, a la búsqueda de un tipo que sabía muchas cosas y que remontó la corriente. Para acabar con él, para acabar con algo de lo que hace que uno vaya río arriba, entre tanta oscuridad, para acabar con él. Pasado mañana será el corazón de las tinieblas. Y así sucesivamente.

Muy lentamente me levanté y sin apenas hacer ruido salí de la habitación y poco a poco de la casa.

Para tener otra vida, uno debería ser capaz de concluir la primera, y ése es un trabajo que requiere precisión. Esta frase de Brodsky me vino a la cabeza de repente. Hacía años que la había leído y había permanecido olvidada desde entonces. Caminé hasta un café. Me senté y la transcribí. Se la dediqué, aunque él no lo sabe.