15 de febrero de 2012

La lógica borrosa del estar cerca

Asisto a una conversación en la que le preguntan a un ingeniero qué es la lógica borrosa, uno de sus campos de especialización y un término que me parece precioso. Responde que la lógica que intenta parecerse al pensamiento humano, es decir, la que utiliza el concepto del caos, de la incertidumbre, de las influencias imprevisibles entre partes. Y que ahí está el reto a la hora de construir máquinas: la introducción de la lógica borrosa, la gestión de la incertidumbre.

La memoria.

Con mi amigo C., un segundo hermano durante muchos años, fuimos a la galería en la que inauguraba una exposición Antoni Tàpies. Eso ocurrió hace más de veinticinco años. Fuimos porque era nuestro ídolo, el pintor al que admirábamos en primer lugar, un hombre que había que ver en directo (me gusta seguir haciendo esos viajes de admiración).

Íbamos para ver los nuevos cuadros y para ver como era aquel hombre al que solo conocíamos en foto. Allí estaba, con su pantalón de pana, la corbata granate, el pelo canoso, sus gafas. Un tipo afable y cercano con todo el mundo. Y nos entró una especie de valentía para saludarle, tal vez darle la mano, decirle el agradecimiento que sentíamos por disfrutar de su obra. Éramos dos jóvenes estudiantes.

Así lo hicimos. Aprovechando un momento en que había calma chicha en la sala nos acercamos a él. Para nuestra total sorpresa nos recibió con total cercanía e inmediatamente nos hizo sentir que aquella era una charla particular. Llamó a su mujer, Teresa, y (aún más sorprendente) tras unos pocos minutos de conversación nos animó a visitarle en Barcelona. Dijo que tal vez podríamos seguir charlando y pasar una tarde con ellos. Los dos no podíamos creer lo que estaba ocurriendo.

Aceptamos, claro. Y algo más de un mes después allá fuimos. En un tren. Y allí estaba el matrimonio Tàpies en una casa anónima que se transformaba por completo al cruzar la puerta. La biblioteca, como la de un viejo monasterio, el salón amplio y, sobre todo, el estudio: en el sótano y sin ventanas. Hablamos (lo que podíamos), tomamos algo. En nuestra valentía le regalamos algo cada uno y él hizo lo mismo (lo tenía preparado!).

Recuerdo el calor, la cercanía, la curiosidad por dos jóvenes, incluso los buenos consejos; la percepción de estar frente a alguien de una humanidad extraordinaria, de alguien que dispone de una escala que mide el tiempo y la energía de un modo único y personal. Imposible olvidar aquel encuentro.

El domingo cinco de febrero murió. Unos días antes se fue Wislawa Szymborska. Los dos tenían ochenta y ocho años.

Su sonrisa, siempre su sonrisa. Frente a la incertidumbre, la cercanía. Una lección para no olvidar: luchar por estar cerca, por permanecer a poca distancia, por conocer el olor y la piel del mundo que queremos, por conquistar ese mundo, por bajar las barreras para que ese mundo nos conquiste: por pertenecernos. Como Antonio López dice que se dibuja un árbol: permaneciendo cerca de él.

Joseph Brodsky escribe que después de todo, un objeto es lo que hace del infinito algo privado. Y una persona también. Tal vez lo que se dibuje, se escriba, se cante, se fotografie sea esos círculos protectores de la privacidad. Y eso es mucho.